Se empezó colocando chips a nuestras mascotas y me parece que estamos muy cerca a que se los coloquen a las personas. Pues según he leído en EL PAÍS en un artículo de Patricia F. de Lis, mediante dispositivos en pulseras, prendas o injertados pueden evitar casos como el de Madeleine, además cerca de 18.000 familias españolas conocen el lugar exacto en el que está su hijo gracias a un sistema en el móvil
En un caso muy reciente, una madre escocesa fue a recoger a su hijo a la guardería y, cuando llegó, descubrió que el niño estaba ya a unos 60 metros del edificio y se marchaba con unos extraños. Esto ha servido a la compañía británica Connect Software para vender soluciones que permiten el rastreo de menores. «No deje que esto le ocurra a usted«, sugiere la compañía en su web. Los padres británicos están asustados. En el Reino Unido se denuncian unas 70.000 desapariciones de niños cada año, según los datos de la organización internacional Missing Kids («niños desaparecidos»).
Todos tenemos presentes el caso de la pequeña Madeleine McCann, cuyo rastro se perdió la noche del 3 de mayo en el Algarve (Portugal), ha conmovido a sus compatriotas y despertado el debate ético y legal sobre el uso de soluciones que permitan saber, durante todo el día, dónde está un niño. La tecnología permite la utilización de teléfonos móviles con servicios de localización o de dispositivos GPS, e incluso la implantación de un chip subcutáneo. Otra cuestión es si ese control permanente del niño es ético.
El teléfono móvil es el dispositivo de rastreo por excelencia ya que, desde el momento en que está encendido, es localizable. Telefónica Móviles cuenta con un servicio llamado Localízame que permite conocer el lugar en el que está el teléfono, siempre que esté encendido y tenga cobertura.
Para utilizar este servicio se necesita el permiso del propietario del teléfono rastreado que, en el caso de un menor, es el propio padre. Es complicado saber cuántos lo utilizan, pero sí se sabe que el operador cuenta con dos tipos de teléfono para menores, el Play Pack (para niños de entre 8 y 12 años y del que se han vendido unas 90.000 unidades en el último año) y el MO1, fabricado con Imaginarium para niños de entre 4 y 8 años, y del que se vendieron unas 15.000 unidades las pasadas Navidades. La operadora asegura que el 20% de los propietarios de estos teléfonos (18.000) han activado el servicio Localízame y que el 10% (9.000) lo han utilizado ya. Estos datos no incluyen, además, los niños que utilizan teléfonos móviles diseñados para adultos, que son la gran mayoría. Según explica Fernando Martínez, de Telefónica Móviles, los usuarios de este servicio buscan «peace of mind«, es decir, tranquilidad: son padres con hijos pequeños, o familiares de ancianos y dependientes.
En España, en todo caso, la cifra de desapariciones es muy inferior a la de otros países: el año pasado se produjeron unas 100 «desapariciones inquietantes» de menores y se denunciaron 15.000 en total, según datos del Cuerpo Nacional del Policía, frente a las 70.000 del Reino Unido o las más de 700.000 de Estados Unidos, sólo de menores. Por eso, en estos países hay ya infinidad de tecnologías para el rastreo de niños.
La británica Connect Software, vende brazaletes y ropa con chips en su interior del tamaño de una ficha de dominó. Tienen una batería que dura unos 5 años, y que emite una señal de radiofrecuencia (RFID) cuando pasa por una antena receptora. Sólo funciona, por tanto, en el espacio reducido en el que estén instaladas esas antenas. El equipo cuesta entre 700 y 1.500 euros.
Más prácticos son los dispositivos GPS, que permiten localizar a quien lo lleva por satélite, esté donde esté. La empresa estadounidense Wherify vende un reloj para niños equipado con esta tecnología.
Todos estoa «artilugios» tienen un inconveniente obvio en el caso de que haya sido secuestrado: el delincuente puede deshacerse de ellos. Por eso, en el año 2002 y tras el impactante secuestros de las niñas Holly Wells y Jessica Champan, el profesor de la Universidad de Reading Kevin Warwick ideó un implante subcutáneo que contenía un microchip que, a través de la red de telefonía móvil, enviaba señales a un ordenador para localizar a la víctima. Warwick –que ha probado esos implantes en su propio cuerpo– ofreció su invento públicamente a los padres británicos y recibió cientos de peticiones. Su propuesta fue recibida con un gran escándalo por sus implicaciones éticas y la pérdida de intimidad que implicaba, así que la desechó.
La tecnología, en todo caso, existe. Pero el debate ético también existe. «¿Qué tipo de datos incluirán estos chips, y quién los va a usar y para qué?«, se plantea Víctor Domingo, presidente de la Asociación de Internautas. «La implantación de estas nuevas tecnologías, que parecen de ciencia-ficción, debe traer consigo una reflexión sobre su uso«.